martes, 3 de diciembre de 2013

Deseo inalcanzable. [Capítulo 3]



La vida humana es muy monótona. Por lo general siempre sueles hacer, ver y oír lo mismo.  A veces, los humanos, suelen ser conscientes de que siempre hacen lo mismo, e intentan cambiar su ritmo de vida. Pero siempre terminan haciendo lo mismo. Siempre acaban por el mismo punto que por donde empezaron. ¿Y una vez que he cambiado lo que siempre hago? ¿Qué hago ahora? ¿Sigo con lo que estoy haciendo? ¿Sigo con lo que hacía antes? ¿A caso no es esto volver a la monotonía? No puedes pasarte la vida cambiando, porque en el fondo, todo ser necesita cierta estabilidad. Porque por mucho que lleves toda tu vida viviendo en la misma casa, con los mismos muebles, y con el mismo color de las paredes, no puedes estar cada día cambiando de casa, de muebles o de color de las paredes. ¿Entonces? ¿Qué es lo que realmente busca el ser humano? Ay la duda… Siempre habitando en nuestras mentes… Siempre atormentándonos con preguntas absurdas que por mucho que las contestes SIEMPRE estarán ahí.

Con los años, por muy demonio que seas, si resides en el mundo humano, tu cabeza empezará a hacerse esas preguntas. Esas dudas que te incordian y hace tu vida más pesada de lo normal.

Y es que así me levanté un viernes por la mañana. El sol aún estaba pensando si salir o quedarse durmiendo. Mi despertador aún no había cumplido con su función de despertarme, pero fui más rápida que él y lo desconecté media hora antes. Me quedé observando el techo un buen rato, pensando en todo lo que se me podía pasar por la cabeza un viernes a las 6:30 de la mañana, hasta que reaccioné y volví a la vida real. Me levanté de la cama tranquilamente y repetí una vez más mi rutina mañanera. Mientras desayunaba unas tostadas con mermelada, me paré a pensar en que estaba desayunando lo mismo que todos los días. Dejé la tostada a medio terminar encima del plato y rebusqué por mi cocina alguna otra cosa que pudiera desayunar. Buscando y buscando, al final no encontré nada así que me volví a sentar y me terminé la tostada.

Cuando estaba preparada para ir al instituto, cogí la mochila y salí de casa. Caminé como siempre por el mismo recorrido hasta que llegué a la plaza central por donde siempre pasaba. Me paré de golpe en medio y miré a mi derecha una calle que subía y a mi izquierda una calle que bajaba. Sin pensarlo mucho, tiré por mi izquierda para así intentar cambiar un poco mi ruta. A mitad de camino vi que la calle estaba cortada por obras tanto en la acera como en la carretera, y por lo tanto, estaba obligada a dar media vuelta. Volví a la plaza central y una vez ahí, giré a la izquierda, que era la calle que tenía que seguir todo recto desde un principio. Siguiendo mi ruta de siempre llegué al instituto y esperé a que abrieran.

Las clases volvían a ser lo de siempre. Lo único que cambiaba, en algunas clases, era el temario, pero seguía siendo el mismo aburrimiento de siempre. Clases y clases interminables, sermones que no querían acabar, hora del patio que pasaba como un minuto de placer. Lo mismo de siempre. Todo igual.

Salí de clase con la misma prisa de siempre, sin pararme a hablar con nadie. Directa a casa. No tenía tiempo de experimentar cambios, así que todo era lo de siempre. Llegué a casa, me hice un sándwich rápido para comer, pero mientras comía me volví a dar cuenta de que estaba comiendo lo de siempre, pero no tenía tiempo de cambiar. Terminé de comer y salí corriendo de casa, yendo como siempre a la entrada secreta de la Organización BH. Una vez dentro todo igual. Buscar a la jefa, hacer alguna misión fácil y patrullar las calles hasta altas horas de la noche.

Intentando cambiar, después de patrullar todas las calles de mi zona, en lugar de ir directamente a casa, se me ocurrió pasar de nuevo por la organización. Al llegar, me fijé que el compañero que patrulla otra zona de la ciudad, estaba en su despacho recogiendo, así que me acerqué a hablar con él.

- Que raro es verte aquí a estas horas, Hiroto.- Dije mientras abría del todo la puerta de su despacho, que estaba entreabierta.

Miró a la puerta algo sobresaltado y soltó un suspiro de alivio, acompañado de una sonrisa, al verme.

-Que susto me has pegado Kayoko. Se me olvidó el móvil aquí, así que en cuanto terminé de patrullar mi zona vine corriendo hasta aquí. –Me miró algo preocupado- ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

-No lo sé.- Solté una leve risa- Cambiando.

-¿Cambiando? ¿El qué?

-La vida. No sé… ¿No sientes que tu vida es siempre lo mismo?

-Pues no. Yo creo que cada día es un reto nuevo. Puede parecer que siempre haces lo mismo, pero en el fondo no lo es. No nos fijamos en los pequeños detalles. A lo mejor un día te levantas y lo primero que haces es colocarte las zapatillas, y la primera que te pones es la derecha. Pero a lo mejor al día siguiente la primera que te colocas es la izquierda. ¿Me entiendes? No siempre tiene porque ser lo mismo. La vida… Fluye sola. No intentes obligar a la vida a fluir. Yo creo que cuando nos obsesionamos, estancamos el flujo de la vida y hace que parezca que nos repitamos siempre en lo mismo.

-Vaya… Hiroto… No sabía que pudieras ser tan profundo.

-Aquí todo lo bueno no lo vas a tener sólo tú, Kayoko-Se rio.

-Creo que tienes razón, me estoy obsesionando con algo absurdo. Me parece a mí que se me está pegando la mentalidad humana. Gracias Hiroto.

Me dispuse a salir por la puerta, pero Hiroto me paró.

-Espera Kayoko. Deja que te acompañe a casa, por cambiar.

Me reí y asentí con la cabeza mientras me iba.

La vida cambia por si sola. Estoy segura que tú ahora mismo, no estás haciendo lo mismo que ayer. Parece algo absurdo, pero a veces nos quejamos de cosas que no son verdad.